Foto: Richard Bailey
Sólo cuando trabajamos o convivimos con seres especiales, podemos comprender las razones por las cuales son llamados “especiales”.
Luego de haber trabajado en dos oportunidades con esas particulares personas, me permito dar mi humilde opinión sobre las mismas.
Son especiales pues pese a las diferencias propias de cada uno de ellos, en ninguno he podido observar un gramo de egoísmo, de malicia, pero sí toneladas de amor por el prójimo.
Son especiales, pues aún cuando no les es tan fácil aprender, son verdaderos maestros en enseñarnos lecciones de vida, de humildad, de bondad y de amor.
Son especiales porque a lo mejor para nosotros, ellos son una estrella más en nuestro universo. Sin embargo para ellos, nosotros constituimos el centro del mismo.
Son especiales porque son los mejores amigos del mundo, siempre dispuestos a escucharnos, a guardar nuestros secretos, a poner su hombro para que lloremos. Pese a que probablemente no comprendan en su totalidad el motivo de nuestra aflicción, es maravilloso sentir que nos aceptan y nos quieren tal como somos y de manera incondicional.
Son especiales porque de ellos difícilmente podamos oír palabras de odio, de reproche, de maldad, pero sí palabras de aliento, consuelo y amor.
Son especiales porque son desinteresados en todo lo que nos dan.
Son especiales porque alegran nuestros días con sus ocurrencias y travesuras.
Son especiales porque siempre tienen una sonrisa en la cara.
Son especiales porque son seres de luz, venidos a este mundo a iluminar
nuestras almas.
Finalmente son especiales porque Dios quiso que supiéramos las diferencias con los que somos “normales”
Lic. Tamara Méndez
Abril 17/2005
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